“Educar es formar personas aptas para
Herbert Spencer
gobernarse a sí mismas, y no para ser
gobernadas por otros”.
La Comunicación-Educación parece ocupar hoy el centro del debate en foros, encuentros, tertulias, pasillos, espacios escolares y no escolares, todo el mundo tiene que ver con ella; hay quienes la mencionan, la enjuician, la convocan, la sobredimensionan. Todo parece indicar que tocando esta varita mágica se producirá el milagro esperado que nos permitirá salir de la crisis que nos agobia.
En muchos escenarios, se magnifica la educación olvidando que lo hecho o dejado de hacer por las instituciones académicas, las escuelas y los que enseñamos, ha contado con la venia de algunos sectores de la sociedad y del Estado. La educación en este mundo de progreso tecnológico acelerado demanda la intervención de diversos actores en un permanente intercambio de experiencias, valores y conocimientos encaminados a la transformación personal y colectiva.
La educación debe sustentarse en procesos comunicativos que posibiliten la construcción de significados sobre la realidad, al tiempo que permitan interactuar e interpretarla. Hoy en día, llámese aula presencial o virtual es donde a través del diálogo, docentes y estudiantes, se comparten contenidos y significados que conducen a la legitimación del saber. Esta interacción con el otro y con la realidad es lo que construye y da significado a nuestra cultura, lo que da significado a nuestra vida.
Esta época nos ha dotado de tecnología y de muchos avances científicos que nos permiten acortar distancias, donde los medios de comunicación e información, las redes sociales, etcétera, acercan a los seres humanos desde diversas partes del globo, convirtiéndolos hoy, más que nunca, en ciudadanos del mundo. Actualmente la combinación comunicación-educación tiene un campo más amplio. Cabe preguntarnos, ¿Qué estamos haciendo en términos de derechos humanos para promover y posibilitar el conocimiento, además del desarrollo de la comunicación-educación no solo dentro del contexto institucional sino también, en la relación multicultural?
La comunicación es la única condición para la coexistencia del hombre, es el canal a través del cual evolucionan los valores y la cultura en general. Gracias a ella se posibilita el encuentro con los demás, el entendimiento mutuo y la construcción de los significados sociales. El hombre por naturaleza es un ser sociable, desde que nace requiere del logos para expresar sus necesidades tanto materiales como simbólicas.
Todas las instituciones educativas, por su carácter de convivencia (presencial y/o electrónica), se constituyen en espacios donde la sociabilidad se entrena y se fortalece a través de la comunicación, de la praxis, de la convivencia con el otro, sin embargo, no toda interacción puede ser señalada como comunicación, porque solo será valorada y vista como tal, cuando esté basada en un intercambio recíproco, no unidireccional, donde la coordinación y combinación de esfuerzos comunes hacia el entendimiento, posibilite un proceso de construcción de significados que permita la armonía en los resultados y en la práctica.
Dentro de los diferentes estilos de comunicación la comunidad educativa, debe privilegiar aquellos en donde el respeto a sus necesidades, sentimientos y derechos permitan la comunicación “para el encuentro y la construcción de significados emancipadores”.
La comunicación será significativa cuando permita ubicarnos, descubrirnos y tomar conciencia del otro. (Botero 1999).
El entendimiento mutuo hacia donde se dirige la acción comunicativa surge del reconocimiento del otro desde el consenso libre de coacciones, contrario a la acción monológica propia del interés técnico. Atendiendo esta idea, debe considerarse a la comunicación como la dinámica
que se establece entre dos o más sujetos, una interacción mediada por la utilización de un código del sentido común con el cual se aspira a la construcción social de significados de la realidad con base en el entendimiento mutuo.
De esta forma, la actividad comunicativa es inherente a la educación por la naturaleza social que le corresponde; la educación se basa en procesos comunicativos entre sus participantes y, de la calidad de estos procesos, dependerá el grado de comprensión que se pueda llegar a tener de la información, así como del tratamiento y la utilidad que se le dé a esta. Lo anterior convierte a las instituciones educativas en instituciones sociales donde la interdependencia de sus miembros, en torno a la búsqueda de significados se ve influenciada por el contexto, los contactos y las experiencias compartidas, de tal manera que, las modificaciones persona- les puedan llegar a determinar modificaciones en los demás miembros.
Se ha dicho que, a través de las leyes y decretos educativos en México, se ofrecen los elementos básicos que favorecen la comunicación, empero, no se puede hablar de verdadera comunicación en el quehacer educativo cuando prevalece un clima autoritario y cerrado, donde son escasos los espacios de participación y donde el conocimiento no es inclusivo, razón por la que la comunicación se ve afectada y a veces imposibilitada dando lugar a una incomunicación.
Desde esta perspectiva, los entes educativos como agentes de cambio social y principales agentes de socialización de género, junto con los actuales medios de comunicación masiva, tienen la responsabilidad de cambiar estereotipos que se han generado con el tiempo y que se han ido arraigando culturalmente (entendiendo estos estereotipos como las creencias que se fundamentan en ideas preconcebidas sobre cómo son y deben de comportarse, por ejemplo, las mujeres o los hombres) porque no son nada más que expresiones sexistas que a través del lenguaje menosprecian a la mujer o al hombre.
En todos los ámbitos educativos, los mecanismos de comunicación se establecen a cada momento y esto se evidencia en las interacciones entre los sujetos, que ahora utilizan las re- des sociales como medio de expresión. En la escuela tradicional, con frecuencia se favorece la interacción alumno-docente donde el primero se implica en un proceso de apropiación de conocimientos, partiendo de los intereses del segundo quien intenta establecer el control de la comunicación a través de la administración de los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Esta interacción se puede percibir, cuando el docente pregunta a los estudiantes sobre algún contenido y el conjunto responde, casi al unísono, que lo ha comprendido, o bien, cuando el docente se satisface de haber dirigido el pensamiento de los alumnos a su manera y logrado llegar a las mismas conclusiones. Estas formas, de dirección del pensamiento, ignoran el componente crítico, pues se trabaja con el conocimiento como parcela labrada de espaldas a la realidad del descubrimiento y por supuesto obvia la igualdad entre alumnos imposibilitando una vez más la igualdad y el libre pensamiento crítico. Este contexto se asocia a una metodología tradicional, a un enfoque técnico donde la comunicación ordena el estímulo-respuesta en el cual el estudiante espera el aplauso o reconocimiento del docente para lograr su favoritismo y, el docente, se alegra al escuchar lo que esperaba.
Por lo anterior, no nos asombra que las formas laborales estén orientadas a dirigirse de manera autoritaria y no de mutuo acuerdo. La interacción alumno- alumno y alumno-docente, en la mayoría de los casos, no da oportunidad a generar acuerdos dentro del aula o espacio educativo, ya que se ignora al otro descalificando su participación a cambio de comprender su forma y su intencionalidad. La influencia que este tipo de encuentro ejerce en el aprendizaje va en contra de los valores como la tolerancia, el respeto, la cooperación y la solidaridad, donde se desarrolla la importancia de la diferencia y de los procesos de negociación encaminados hacia la comprensión y la transformación de la realidad.
Asimismo, la relación interdisciplinaria ha sido poco favorecida, dado que, cada disciplina pretende ser la protagonista y no auxiliar en el apoyo de la construcción del conocimiento. De ahí que los planes de estudio no fomenten la articulación, vista como interdisciplinariedad que permita la producción de nuevos significados a través del intercambio de enfoques obtenidos en cada disciplina.
Estamos de acuerdo que la interdisciplinariedad se constituye en un imperativo que rechaza el reduccionismo científico, que fragmenta la realidad y posibilita el encuentro con los significados particulares desde una realidad global y compleja para ser sometidos a un análisis que oriente al sujeto a la transformación social.
Se hace urgente encontrar diferentes formas de explicar los contenidos (sean físicos o electrónicos) a través de la selección de temáticas metadisciplinares de amplia capacidad explicativa que funcionen como principios articuladores de diversos saberes (Porlán, 1993). Este argumento es suficiente para que estudiantes de derecho, abogados, juzgadores, por ejemplo, puedan basar la construcción de sus criterios en estudios multidisciplinarios, que a la larga, favorecerán su desempeño, otorgándoles otros puntos de vista, o visiones extendidas del derecho. La comunicación, como vía, debe ser visualizada como conexión entre las diferentes áreas del conocimiento.
En fin, la palabra, la autonomía y la praxis son representaciones del ser, lo esencial de la comunicación, lo fundamental en la educación, en las relaciones de igualdad y armonía. Incluir la perspectiva de género en el ámbito educativo, significa reconocer en principio las diferentes esferas en las cuales se expresan las desigualdades, y partir de allí para generar acciones específicas para cada dimensión: en el aula, en los contenidos y programas educativos, en la institución, en el trato con los estudiantes, en las relaciones entre estudiantes y docentes, entre docentes y, por último, entre docentes y directivos.
Solo podemos dar sentido a la vida a través de un proyecto autoconsciente de vida. Ese proyecto debe comprender objetivos de realización personal, pero con fines en el desarrollo social.
“El individuo es pluridimensional: es único, egoísta, defiende su propio interés, tiene una conciencia de su yo que se expresa como una forma interesada de poder; pero al tiempo es universal; el otro aparece en la delimitación de la conciencia de sí mismo; es la eticidad que lo conduce al reconocimiento del congénere, la cual configura la humanidad en el individuo. La educación no debe eliminar el egoísmo, fuente de la creación y de la potencialización del individuo, sino desarrollar cultural y valorativamente la universalidad que ya aparece en la individualidad antes de proyectarse hacia afuera”.
Botero, 2002
Fuentes de información
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