“La argumentación constituye una condición de posibilidad del razonamiento. Razonamos porque tenemos la práctica de argumentar con otros, para podernos comunicar. En cualquier caso, esta perspectiva pone de manifiesto que la argumentación resulta tan esencial para el desarrollo del conocimiento como lo es para el desarrollo de las relaciones entre sujetos y por ende de la humanidad.”
Jurgen Habermas
La comunicación es la única condición para la coexistencia del hombre, es el canal a través del cual evolucionan los valores y la cultura en general. Gracias a ella se posibilita el encuentro con los demás, el entendimiento mutuo y la construcción de los significados sociales. El hombre por naturaleza es un ser sociable, desde que nace requiere del logos para expresar sus necesidades tanto materiales como simbólicas.
Debido a esto, la comunicación debe establecerse desde relaciones de horizontalidad. Una adecuada comunicación constituye un caldo de cultivo para establecer interacciones entre sujetos, de forma dialógica, a través de la meta-reflexión, de la reflexión y de la argumentación como aspectos imprescindibles en el desarrollo de la especie con el fin de intervenir en las decisiones futuras de la sociedad.
Los seres humanos nacemos y evolucionamos con la necesidad de comunicar ideas, pensamientos y conocimientos para ser transmitidos a otros.1 Este hecho vincula procesos de comunicación -oral, escrita y visual-. Todas las personas hemos crecido dando razones, justificándolas y soportándolas. Diariamente, colocamos a prueba nuestra capacidad de influir, orientar y formar. Saber argumentar es saber comunicar. Argumentar implica afirmar, negar, aprobar o desaprobar un pensamiento, un tema determinado.
La argumentación es un método para colocar el producto del razonamiento en un formato apropiado para comunicarlo. En el proceso del racionamiento se hacen inferencias con base en hechos, en el argumento se afirma una propuesta, que es en fin, la conclusión del proceso racional donde se citan datos y hechos para fundamentarlo. Estos datos o hechos son: las razones principales.
Es evidente entonces, que la argumentación está ligada a los rasgos más específicos del lenguaje, en particular, a su capacidad de volverse sobre sí mismo. El hecho y la práctica de sustentar afirmaciones mediante razones, presupone la habilidad de adoptar una perspectiva crítica y reflexiva sobre estas; además de un conocimiento basto de ideas (Bermejo, 2012).
En este sentido, las formas más sencillas de argumentación constituyen sofisticadas vías de comunicación que solo son posibles gracias a la existencia de un lenguaje reflexivo como el nuestro. Sin embargo, el que la argumentación presuponga un lenguaje reflexivo no significa que haya de ser, en exclusiva, una actividad verbal.
La argumentación es un medio para justificar nuestras creencias. Pero también lo es para persuadir a otros de ellas. Es un mecanismo que relaciona información con las abstracciones y generalizaciones; es decir, que conecta datos, siguiendo reglas del pensamiento crítico, para obtener información nueva. Desde nuestro punto de vista entonces, podemos afirmar que el propósito primordial de la argumentación es legitimar la información durante un acto comunicativo.
Los componentes básicos de la argumentación deben, en su defecto, presentar información de saber general y otra información manifiesta que pueden relacionarse entre sí, para llegar a una conclusión. Estos dos tipos de información conducen a información nueva y por supuesto a otras conclusiones (Álvarez, 2009).
Siempre una información nueva se obtiene por asociación de ideas, datos, ejercicios, bibliografía, razonamientos lógicos, etcétera; desde un ejercicio del pensamiento crítico o en su defecto de un pensamiento empírico dado por la experiencia. Es por esto que la argumentación es el medio más importante para y por la comunicación ya que genera nuevas ideas y produce conocimiento.
En definitiva, el proceso debe ser: saber argumentar para poder comunicar y no al contrario. Claramente se debe hablar, escribir o narrar de lo que conocemos o en su efecto de lo que se ha investigado. De lo que no se conoce es mejor no hablar, escribir, etcétera, o no dar conclusiones que pueden derivar en una falsedad. Esta concepción avala, en parte, el punto de vista filosófico moderno que subraya la relación entre argumentación y justificación, interesándose por el modo en que la argumentación resulta decisiva para la adquisición de conocimiento, y centrándose en el estudio de las condiciones para garantizar nuestros puntos de vista, pero también supone dejar de lado el aspecto de la indagación sobre las propiedades y condiciones argumentativas como una forma de persuasión.
Ahora bien, desde el punto de vista epistemológico moderno, debido a su interés por la justificación de creencias, más que por el componente comunicativo de la argumentación, el ejercicio de puro razonamiento, ha anulado su componente pragmático, intersubjetivo. Por eso, la argumentación se ve desplazada por el estudio de sus formas lógicas, quedando reducida solo a sus aspectos sintácticos y semánticos.
El resultado hoy en día ha sido que en lugar de ahondar en el estudio de la argumentación como proceso comunicativo, desde la escuela, nos hemos dedicado al estudio de algunos objetos abstractos, y esquemas formales de argumento, que portan propiedades sintácticas y semánticas, pero que no nos enseñan a concebir la argumentación como conjunto de propuestas válidas para realizar el acto o proceso argumentativo.
Bajo esta perspectiva, la argumentación resulta ser solo y ante todo, un instrumento para la actividad teórica y garante de conocimiento; aspecto que debemos conservar pero sin perder de vista que nuestra era está regida por medios informativos y de comunicación donde la inmediatez predomina.
Esta época nos ha dotado de tecnología y de muchos avances científicos que nos permiten acortar distancias, donde los medios de comunicación e información, las redes sociales, etcétera, acercan a los seres humanos desde diversas partes del globo, convirtiéndolos hoy, más que nunca, en ciudadanos del mundo. La información viene y va; la comunicación rompe barreras de tiempo y espacio, por ello, la importancia de saber argumentar para poder comunicar con claridad ideas, creencias, cultura, etcétera, evitando falsedades.
“Cuando realizamos un análisis sobre las capacidades intelectuales del ser humano frente a todas las especies, podemos inferir, sin lugar a dudas, que la de mayor valor es la razón; su actividad genera una acción que permite la elaboración ordenada y dirigida de los productos del intelecto, así como de toda praxis. Argumentar, al igual que toda acción, ha de tener una base que lo impulse a la posibilidad de su ejercicio, esto es, la certeza o bien la búsqueda de la debelación del conocimiento a través de la interrelación y comunicación humana” (Botero, 1999).
Determinar la racionalidad de la argumentación tanto interna como externa, no solo involucra condiciones lógicas y de verdad aceptables de nuestras razones, sino también condiciones de racionalidad comunicativa capaces de determinar qué es razonable, significativo, adecuado, etcétera, desde un punto de vista comunicativo.
Por el contrario, determinar la racionalidad solo de forma externa, esto es, su adecuación como medio para un fin, requiere decidir sobre cuándo es útil argumentar en lugar de hacer otra cosa, cuál es el mejor modo de llevar a cabo la argumentación para conseguir nuestros propósitos, transmitir conocimiento, justificar, etcétera. En esta instancia es cuando muchas estructuras retóricas pueden ser utilizadas para lograr una argumentación adecuada y lógica.
La argumentación siempre se combina con otras formas o estructuras retóricas como la narración, la exposición y la descripción, dependiendo del fin, logro o meta que se quiera llegar. Normalmente, un argumento está combinado con un discurso que puede ser expositivo o explicativo, por ejemplo, porque ayudan a la construcción de ideas sólidas y por ende de argumentos sólidos. La exposición se utiliza para informar, convencer o persuadir (Sánchez Lobato, 2011).
Por su parte, aunque la narración y la descripción son menos frecuentes para la construcción de argumentos sólidos, también se utilizan como herramientas que ayudan a persuadir porque despiertan la imaginación de los otros ya que pueden recrear aspectos y pintar escenarios. Cada una de las estructuras retóricas complementa y ayuda a la realización de las otras.
Otra estructura válida para utilizar, en aras de lograr una buena argumentación, es el discurso. Un discurso es una compilación lógica de enunciados que se expresan de forma oral o escrita
y que reflejan sentimientos o deseos. Con el discurso se intenta convencer a un público específico. El discurso ha sido considerado como una herramienta de poder y control. “El discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, un instrumento para expresar argumentos” (Foucault, 1986).
Ahora bien, es de suma importancia resaltar que la retórica –cualquiera que sea su estructura no se ocupa exclusivamente de la comunicación, y menos aún, de la argumentación porque no existen actos comunicativos intrínsecamente retóricos, sino distintos fenómenos que pueden analizarse desde una perspectiva retórica.
La retórica, en tanto disciplina que se ocupa de la eficacia de estructuras discursivas proporciona un marco para decidir sobre la racionalidad de la argumentación como medio para comunicar, tal vez para convencer. Provee criterios para determinar la racionalidad de los discursos, narrativas y otras figuras argumentativas en términos de su éxito respecto de la recepción de los mensajes.
Parte II próximamente
ÁLVAREZ, ALFREDO I., (2005). Escribir en español, Porrúa. México
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